Uma das cenas finais de "El día del derrumbe" conto magistral de Juan Rulfo, no qual o funéreo e o político também saíram para dançar. O governador vem visitar uma cidade arrasada por um terremoto e o grande banquete degringola de um discurso pomposo numa pancadaria épica:
Lo que dijo después no me lo aprendí porque la bulla que se soltó en las mesas de atrás creció y se volvió retedifícil conseguir lo que él siguió diciendo.
—Es muy cierto, Melitón. Aquello estuvo de haberse visto. Con eso les digo todo. Y es que el mismo sujeto de la comitiva se puso a gritar otra vez: “¡Exacto! ¡Exacto!”, con un chillidos que se oían hasta la calle. Y cuando lo quisieron callar saco la la pistola y comenzó a darle de chacamotas por encima de su cabeza mientras la descargaba contra el techo. Y la gente que estaba allí de mirona echó a correr a la hora de los balazos. Y tumbó las mesas en la caída que llevaba y se oyó el rompedero de platos y de vidrios y los botellazos que le tiraban al fulano de la pistola para que se calmara, y que nomás se estrellaba en la pared. Y el otro, que tuvo todavía tiempo de meter otro cargador al arma y lo descargaba de nueva cuenta mientras se ladeaba de aquí para alla escabulléndole el bulto a las botellas voladoras que le aventaban de todas partes.
“Hubieran visto al gobernador allí de pie muy serio, con la cara fruncida, mirando hacia donde estaba el tumulto como queriendo calmarlo con su mirada.
“Quién sabe quién fue a decirle a los músicos que tocaran algo, lo cierto es que se soltaron tocando el Himno Nacional con todas sus fuerzas, hasta que casi se le reventaba el cachete al del trombon de lo recio que pitaba; pero aquello siguió igual. Y luego resultó que allá afuera, en la calle, se había prendido también el pleito. Le vinieron a avisar al gobernador que por allá unos se estaban dando de machetazos; y fijándose bien, era cierto, porque hasta acá se oían voces de mujeres que decían: ¡Apártenlos que se van a matar! Y al rato otro grito que decía: ¡Ya mataron a mi marido! ¡Agárrenlo!
“Y el gobernador ni se movía, seguía de pie. Oye, Melitón, cómo es esa palabra que se dice...”
—Impávido.
—Eso es, impávido. Bueno, con el argüende de afuera la cosa aquí dentro pareció calmarse. El borrachito del “exacto” estaba dormido; le habían atinado un botellazo y se había quedado todo despatarrado tirado en el suelo. El gobernador se arrimó entonces al fulano aquel y le quitó la pistola que tenía todavía agarrada en una de sus manos agarrotadas por el desmayo. Se la dio a otro y le dijo: “Encárgate de él y toma nota de que queda desautorizado a portar armas.” Y el otro contestó: “Sí, mi general.”
“La música, no sé por qué, siguió toque y toque el Himno Nacional, hasta que el catrincito que había hablado en un principio, alzó los brazos y pidió silencio por las víctimas. Oye, Melitón, ¿por cuáles víctimas pidió él que todos nos asilenciáramos?”
—Por las del efipoco.
—Bueno, pues por ésas. Después todos se sentaron, enderezaron otra vez las mesas y siguieron bebiendo ponche y cantando la canción esa de las “horas de luto”.
Assim anda o Brasil, cheio de "muchachitos del exacto", discursos "desilustrados", governadores impávidos e uma banda desesperada tocando o hino nacional a toda a força para tentar abafar o barulho dos tiroteios e brigas de facão dentro e fora do salão. De novo em relação ao conto, só o tal de "selfie".
Lo que dijo después no me lo aprendí porque la bulla que se soltó en las mesas de atrás creció y se volvió retedifícil conseguir lo que él siguió diciendo.
—Es muy cierto, Melitón. Aquello estuvo de haberse visto. Con eso les digo todo. Y es que el mismo sujeto de la comitiva se puso a gritar otra vez: “¡Exacto! ¡Exacto!”, con un chillidos que se oían hasta la calle. Y cuando lo quisieron callar saco la la pistola y comenzó a darle de chacamotas por encima de su cabeza mientras la descargaba contra el techo. Y la gente que estaba allí de mirona echó a correr a la hora de los balazos. Y tumbó las mesas en la caída que llevaba y se oyó el rompedero de platos y de vidrios y los botellazos que le tiraban al fulano de la pistola para que se calmara, y que nomás se estrellaba en la pared. Y el otro, que tuvo todavía tiempo de meter otro cargador al arma y lo descargaba de nueva cuenta mientras se ladeaba de aquí para alla escabulléndole el bulto a las botellas voladoras que le aventaban de todas partes.
“Hubieran visto al gobernador allí de pie muy serio, con la cara fruncida, mirando hacia donde estaba el tumulto como queriendo calmarlo con su mirada.
“Quién sabe quién fue a decirle a los músicos que tocaran algo, lo cierto es que se soltaron tocando el Himno Nacional con todas sus fuerzas, hasta que casi se le reventaba el cachete al del trombon de lo recio que pitaba; pero aquello siguió igual. Y luego resultó que allá afuera, en la calle, se había prendido también el pleito. Le vinieron a avisar al gobernador que por allá unos se estaban dando de machetazos; y fijándose bien, era cierto, porque hasta acá se oían voces de mujeres que decían: ¡Apártenlos que se van a matar! Y al rato otro grito que decía: ¡Ya mataron a mi marido! ¡Agárrenlo!
“Y el gobernador ni se movía, seguía de pie. Oye, Melitón, cómo es esa palabra que se dice...”
—Impávido.
—Eso es, impávido. Bueno, con el argüende de afuera la cosa aquí dentro pareció calmarse. El borrachito del “exacto” estaba dormido; le habían atinado un botellazo y se había quedado todo despatarrado tirado en el suelo. El gobernador se arrimó entonces al fulano aquel y le quitó la pistola que tenía todavía agarrada en una de sus manos agarrotadas por el desmayo. Se la dio a otro y le dijo: “Encárgate de él y toma nota de que queda desautorizado a portar armas.” Y el otro contestó: “Sí, mi general.”
“La música, no sé por qué, siguió toque y toque el Himno Nacional, hasta que el catrincito que había hablado en un principio, alzó los brazos y pidió silencio por las víctimas. Oye, Melitón, ¿por cuáles víctimas pidió él que todos nos asilenciáramos?”
—Por las del efipoco.
—Bueno, pues por ésas. Después todos se sentaron, enderezaron otra vez las mesas y siguieron bebiendo ponche y cantando la canción esa de las “horas de luto”.
Assim anda o Brasil, cheio de "muchachitos del exacto", discursos "desilustrados", governadores impávidos e uma banda desesperada tocando o hino nacional a toda a força para tentar abafar o barulho dos tiroteios e brigas de facão dentro e fora do salão. De novo em relação ao conto, só o tal de "selfie".
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