TERCERA VEZ
Desde el avión,
la orquestra panorámica de Río de Janeiro
se escucha en mi corazón.
Desde la cumbre del Corcovado
hasta las olas de Copacabana,
la dicha es una simple distancia que ha
pasado
borrando fechas próximas con sus
manos
plateadas.
Ataré mi existencia sideral
a la divina roca del Pao de Assucar
que ve nacer la aurora antes que el agua
mar.
El mar de Río de Janeiro
es una antigua barcarola
que está aprendiendo la ola
leve de mi pensamiento.
Guanabara su nombre. Guanabara,
como una estrella que se alargara
sobre le ritmo del momento.
Ciudad naval, tus avenidas
de orohidrográficos prodigios
anclan mis ojos en un aire
de
eternidades sin abismos.
Tu mar y tu montaña
- un puñadito de Andes y mil litros de
Atlántico - ,
pasan bajo las alas
del avión, como síntesis del continente
amado.
Las grandes rocas están de oro,
las montañas en verde y morado.
El agua se mueve en semitono.
La ciudad es u libro deshojado.
El aire está en soprano ligero.
La escuadra va a salir a pescar.
Un “loopoing the loop” hace pedazos el
regreso
y hace estallar la ciudad.
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