[Imagem: Lisboa, Avenida Fontes P. de Melo, grafite do projeto Crono, foto do facebook de ablak - zsiráf, dica da Ildiko]
No conto "Recortes de Prensa" de Julio Cortázar, a narradora Noemi visita um escultor que quer que ela escreva um texto para o catálogo de sua exposição. Os dois são exilados argentinos em Paris. Ela traz um recorte de jornal que recebeu de um amigo e pede ao escultor que leia o terrível relato [verdadeiro, tirado de carta a um jornal mexicano] de uma família dizimada barbaramente pela ditadura argentina. Quando termina o relato o seguinte diálogo acontece:
“—Ya ves, todo esto no sirve de nada —dijo el escultor, barriendo el aire con un brazo tendido—. No sirve de nada, Noemí, yo me paso meses haciendo estas mierdas, vos escribís libros, esa mujer denuncia atrocidades, vamos a congresos y a mesas redondas para protestar, casi llegamos a creer que las cosas están cambiando, y entonces te bastan dos minutos de lectura para comprender de nuevo la verdad, para...
—Sh, yo también pienso cosas así en el momento —le dije con la rabia de tener que decirlo—. Pero si las aceptara sería como mandarles a ellos un telegrama de adhesión, y además lo sabes muy bien, mañana te levantarás y al rato estarás modelando otra escultura y sabrás que yo estoy delante de mi máquina y pensarás que somos muchos aunque seamos tan pocos, y que la disparidad de fuerzas no es ni será nunca una razón para callarse. Fin del sermón. ¿Acabaste de leer? Tengo que irme, che.”
E é isso: continuar a escrever “aunque seamos tan pocos, y que la disparidad de fuerzas no es ni será nunca una razón para callarse” e, veja bem, não apenas para “mandarles a ellos un telegrama de adhesion”. O conto “Recortes de Prensa” de Julio Cortázar é uma das peças mais felizes de conjunção entre literatura e contundência política, semelhante às esculturas imaginárias que Noemí vê no ateliê do escultor exilado:
“Me gustó que en el trabajo del escultor no hubiera nada de sistemático o demasiado explicativo, que cada pieza contuviera algo de enigma y que a veces fuera necesario mirar largamente para comprender la modalidad que en ella asumía la violencia; las esculturas me parecieron al mismo tiempo ingenuas y sutiles, en todo caso sin tremendismo ni extorsión sentimental. Incluso la tortura, esa forma última en que la violencia se cumple en el horror de la inmovilidad y el aislamiento, no había sido mostrada con la dudosa minucia de tantos afiches y textos y películas que volvían a mi memoria también dudosa, también demasiado pronta a guardar imágenes y devolverlas para vaya a saber qué oscura complacencia.”
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