Dois trechos interessantes de entrevista com a excelente escritora Sandra Lorenzano ao jornal argentino Página12 no dia 9 de junho.
–¿Por qué en los poemas no aparece una lengua permeada por el habla mexicana?
–Tampoco por la lengua argentina; como mi poesía no tiene coloquialismo, queda muy abierta. Mi conciencia sobre la lengua surge con el exilio. Como llegué en la adolescencia a México, hice un gran esfuerzo por volverme una adolescente mexicana. Yo puedo estar acá hablando con un mexicano y me doy vuelta y te hablo a vos en argentino. Así he funcionado a lo largo de 35 años. Yo uso poco la lengua coloquial; es un constructo que he armado y que es el resultado de juntar esas dos lenguas que tengo ahí...
Y por ahí ronronea, en lo profundo de su ser, una palabra con la que ha titulado una de sus novelas, Saudades. “Tabucchi dice algo genial sobre el tema. Las saudades portuguesas no sólo son nostalgias de lo que fue, de lo que pasó, de lo que perdimos, sino nostalgia de aquello que pudimos haber tenido y sin embargo no vivimos, de los futuros posibles. Esa idea de la nostalgia del pasado y de los futuros que no fueron me parece maravillosa. Y tiene que ver mucho con Vestigios; los vestigios son el paso del tiempo, pero también las posibilidades que no se dieron”, compara. “Javier Marías lo dice de otra manera en La negra espalda del tiempo: todo lo que pudimos haber vivido y no vivimos queda en la negra espalda del tiempo. Marías parte de la foto de un hermanito, al que ni siquiera conoció. El primer hijo de sus padres murió cuando era un chiquito de dos o tres años. El tiene la foto de ese hermano, Juliancito, y construye el relato a partir de ese chico que no tuvo futuro y quedó en la negra espalda del tiempo.”
–Este interés por lo que pudo haber sido, ¿cree que le viene de la experiencia del exilio?
–Quizá surge del exilio pero, ¡cómo saberlo!... Está la idea de que pudimos haber tenido una vida acá, pero esa vida quedó en la negra espalda del tiempo. De hecho, tuvimos otra vida en otro lado, y eso hace que después de 35 años yo siga viviendo en México y venga, lo más seguido que puedo, a encontrarme con gente querida y ver a mi familia. Y siempre regreso con la sensación de qué hubiera pasado si me hubiera quedado o qué pasaría si volviera. Son todos juegos de la imaginación; uno puede jugar con esas posibilidades. Pero en el ’83 se terminó el exilio. Yo no soy de las plañideras del exilio. El llanto por el exilio no tiene que ver conmigo; entiendo que hay un dolor de base, creo que todos los seres humanos tenemos un dolor originario, pero no comparto para nada el lado plañidero del exilio, porque a mí me permitió descubrir un mundo maravilloso que disfruté en mi adolescencia. La patria es una construcción imaginaria: yo tengo una patria imaginaria donde hay cosas de México y Argentina. Y siempre digo que en una patria crece mi hija y en otra envejece mi padre; en una tengo pasado y en la otra tengo futuro. Y vivo así. Cuando se terminó el exilio, estar afuera o no se convirtió en una elección. Y yo elegí quedarme en México.
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