Garro jovem |
Garro velhinha |
E ainda falando em produtividade literária, vejam só que
maravilha a abertura do conto mais famoso de Elena Garro, “La culpa es de los
Tlaxcaltecas” [Os tlaxcaltecas eram inimigos dos astecas que ajudaram os
espanhóis de Cortés na conquista do México]:
Nacha oyó que
llamaban en la puerta de la cocina y se quedó quieta. Cuando volvieron a
insistir abrió con sigilo y miró la noche. La señora Laura apareció con un dedo
en los labios en señal de silencio. Todavía llevaba el traje blnaco quemado y
sucio de tierra de sangre.
— ¡Señora!… —suspiró Nacha.
La señora Laura entró de puntillas y miró con ojos interrogantes a la cocinera. Luego, confiada, se sentó junto a la estufa y miró su cocina como si no la hubiese visto nunca.
— Nachita, dame un cafecito…Tengo frío.
— Señora, el señor… el señor la va a matar. Nosotros ya la dábamos por muerta.
— ¿Por muerta?
Laura miró con asombro los mosaicos blancos de la cocina, subió las piernas sobre la silla, se abrazó las rodillas y se quedó pensativa. Nacha se puso a hervir el agua para hacer el café y miró de reojo a su patrona; no se le ocurrió ni una palabra más. La señora recargó la cabeza sobre las rodillas, parecía muy triste.
— ¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas.
Nacha no contestó, prefirió mirar el agua que no hervía.
Afuera la noche desdibujaba las rosas del jardín y ensombrecía a las higueras. Muy atrás de las ramas brillaban las ventanas iluminadas de las casas vecinas. La cocina estaba separada del mundo por un muro invisible de tristeza, por un compás de espera.
— ¿No estás de acuerdo, Nacha?
— Sí, señora…
— Y soy como ellos, traidora… dijo Laura con melancolía.
La cocinera se cruzó de brazos en espera de que el agua soltara los hervores.
— ¿ Y tú, Nachita, eres traidora?
La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad de traidora, la entendería, y Laura necesitaba que alguien la entendiera esa noche.
Nacha reflexionó unos instantes, se volvió a mirar el agua que empezaba a hervir con estrépito, la sirvió sobre el café y el aroma caliente la hizo sentirse a gusto cerca de su patrona.
— Sí, yo también soy traicionera, señora Laurita.
— ¡Señora!… —suspiró Nacha.
La señora Laura entró de puntillas y miró con ojos interrogantes a la cocinera. Luego, confiada, se sentó junto a la estufa y miró su cocina como si no la hubiese visto nunca.
— Nachita, dame un cafecito…Tengo frío.
— Señora, el señor… el señor la va a matar. Nosotros ya la dábamos por muerta.
— ¿Por muerta?
Laura miró con asombro los mosaicos blancos de la cocina, subió las piernas sobre la silla, se abrazó las rodillas y se quedó pensativa. Nacha se puso a hervir el agua para hacer el café y miró de reojo a su patrona; no se le ocurrió ni una palabra más. La señora recargó la cabeza sobre las rodillas, parecía muy triste.
— ¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas.
Nacha no contestó, prefirió mirar el agua que no hervía.
Afuera la noche desdibujaba las rosas del jardín y ensombrecía a las higueras. Muy atrás de las ramas brillaban las ventanas iluminadas de las casas vecinas. La cocina estaba separada del mundo por un muro invisible de tristeza, por un compás de espera.
— ¿No estás de acuerdo, Nacha?
— Sí, señora…
— Y soy como ellos, traidora… dijo Laura con melancolía.
La cocinera se cruzó de brazos en espera de que el agua soltara los hervores.
— ¿ Y tú, Nachita, eres traidora?
La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad de traidora, la entendería, y Laura necesitaba que alguien la entendiera esa noche.
Nacha reflexionó unos instantes, se volvió a mirar el agua que empezaba a hervir con estrépito, la sirvió sobre el café y el aroma caliente la hizo sentirse a gusto cerca de su patrona.
— Sí, yo también soy traicionera, señora Laurita.
Tlaxcaltecas entrando Tenochtitlán adentro com os espanhóis... |
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